ACODO DE ABEDUL

El abedul blanco, bajo mi ventana,

Se viste de nieve que recuerda plata.

Orla nieve virgen las velludas ramas

y los flecos cuelgan, en fanjuela blanca.

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Se alza el abedul, en dormida calma

con chispas doradas.... La nieve titila

la aurora indolente.

Y de nuevo plata reviste las ramas.

Consciente de que no es una especie fácil, ni mucho menos, como bonsai, la verdad es que no pude resistirme a acodar este tronco de abedul tan perfectamente cicatrizado y con esta madera tan espectacular.

El tamaño, como se ve comparándolo con la cereza, es de un porte muy considerable.

Pasados dos meses quité el plástico negro para comprobar si había raices y quedé sorprendido con la abundancia y la calidad. No tenía seguro que las echase, dada la vejez del árbol y la madera vieja que baja por detrás.

Una vez cortado, el aspecto era muy bueno y prometía soñar en el futuro.

Serré por la zona del añillo y sellé con pasta cicatrizante.

Lo planté en volcánica con un 5% de tierra negra de jardín, con las consiguientes hormonas. (Tal vez no eran necesarias, pues el enraizado ya se había producido, pero tras ver los resultados, doy por bueno lo hecho).

No tardó mucho en mostrarme sus incipientes brotes. Confieso que pensé que se trataba tan solo de unos brotes ficticios, productos de sus reservas, por lo que no quise hacerme demasiadas ilusiones.

Ha transcurrido aproximadamente un año y aquellos brotecillos y otros, se han convertido en este abundante ramaje, creo que dispuesto a dejarse trabajar enseguida.